Milenio.com
27 de octubre de 2014
Por Erandi Cerbón Gómez
«La liberación que surge de saber que uno puede tener un mal poema es importante», dice el autor del libro «Son caminos».
John Oliver Simon, poeta, traductor y maestro de origen estadunidense, visitó México hace unas semanas y realizó, bajo La Sombra del Sabino (Café cultural) en Tepoztlán, una lectura de su obra. Desde relatos de viajes que tienen de suyo lo fantástico hasta imágenes metafóricas de lo cotidiano, sus versos en decasílabos mueven y conmueven, porque hablan de algo que a todos nos concierne: la vida.
Entre su producción poética cuenta con más de 500 traducciones de poesías latinoamericanas al inglés. Neruda, Paz, Pacheco y Fernández Granados son algunos de los muchos que ha traducido, partiendo de la yuxtaposición cultural entre el mundo de habla hispana y el anglosajona. Pero el trabajo de Simon no es únicamente traducir, sino captar en verso episodios, acontecimientos, la condición humana; demostrar que la propia poesía se compone a través de la traducción literaria.
Son caminos, primer libro que publicó en castellano (1997), fue seguido tiempo después por Caminante. Lo esencial está en ellos: nuestra historia social entendida en sentido amplio. La modestia, calma e inteligencia que posee Simon se reflejan en su obra, que busca permanentemente unificar.
El poeta construye la vida a partir del sueño de la escritura. Entrelazar lo real y lo onírico es la experiencia que propone Simon; y tal correspondencia es lo que le permite tener una forma original de expresión.
Simon merece, como pocos, ser llamado creador: su poesía invita a repensar el lenguaje desde su nivel más originario, la palabra como fundamento del todo, la palabra poética está en sí misma fundamentada, repleta de simbolismo. Eso lo convierte en alguien que participa, sin pretensiones, de la transformación del mundo a través de la literatura. Sin duda, es un poeta que nos ayuda a recuperar la fe extraviada.
Háblenos en primer lugar de su labor como traductor.
Mis traducciones publicadas son como quinientas. Publicar poemas sueltos en revistas no es muy difícil, porque es como una llave para tener más diversidad en la publicación; lo difícil es conseguir editores que te publiquen un libro completo.
¿Cómo surgió su interés por la poesía latinoamericana?
Hace millones de años [sonríe] estudié francés, y no me entró para nada; más o menos a los 39 años comencé a estudiar español y me encantó. Fue por un sentido de solidaridad y geopolítica, eran los años 80, la gente de california estaba muy ligada a la gente latina, entonces me dio la gana aprender español. Compré una antología y comencé a traducirla; como soy poeta, aun mis horrores suenan bien.
¿Qué podría decir sobre su método para enseñar poesía?
He trabajado con programas para enseñar poesía a niños por 44 años. Trabajé en California Poets in Schools, que lleva poetas a las escuelas, y realmente tener ese tipo de contacto resulta importante. La interacción poeta-niños es muy especial. El programa en el que he estado trabajando por más de 12 años se llama Poetry Inside Out, en el Center for the Art of Translation de San Francisco. Ahí nos dimos cuenta de que no tienes que saber un lenguaje a la perfección para poder realizar traducciones. Con ayuda de un vocabulario mínimo los niños pueden ir descifrando. La traducción es una manera interesante de conocer.
¿Cómo es su proceso creativo?
Escribir es una disciplina, a veces me sorprendo, me gusta sorprenderme. Cuando no sale un poema, no hay problema, la liberación que surge de saber que uno puede tener un mal poema es importante.
Sobre el proceso creativo, te diré que a veces tengo algo en mente, tal vez voy a escribir de la subida al Tepozteco o de la mariposa, o de la imagen espantosa de una niña muerta… O no tengo nada en mente: si llegan 11 sílabas, ya es un verso, entonces sigo una trama hasta llegar a alguna parte. Hay que dejarse sugerir por cualquier cosa. No tengo demasiado miedo de escribir un poema malo, porque escribo más de lo que publico. Además, si escribo un mal poema hoy ya no me tengo que preocupar por escribir uno malo otro día.